Espacios para homenajear ideas que parecían buenas y no lo fueron (y por eso mismo, fueron)

Un museo es una institución pública o privada, permanente, con o sin fines de lucro, al servicio de la sociedad y de su desarrollo, y abierta al público, que adquiere, conserva, investiga, comunica, expone o exhibe, con propósitos de estudio y educación, colecciones de arte, científicas, entre otros, siempre con un valor cultural, según el Consejo Internacional de Museos.

(Ahora sí, respiren) De lo que hoy vamos a hablar se encierra en ese “entre otros”. Objetos (con valor cultural) que se exponen a la sociedad para demostrar que los éxitos llegan gracias a un recorrido, y ese recorrido está plagado de fracasos. Estos fracasos se exponen en los museos de los que hoy vamos a hablar en este blog.

Son 3. (Por ahora, porque a la velocidad que vivimos, tal vez cuando salga esta nota, ya tengamos algunos más).

El Museo de los productos fracasados

Este museo que está situado en la ciudad de Ann Arbor, Michigan, Estados Unidos, se compone por 110.000 productos que a lo largo de muchos años las marcas intentaron imponer en el mercado, pero sin la suerte ni los reflejos para hacerlos funcionar.
Si bien el Museo de los productos fracasados no vende ninguno de los productos que tiene en exposición, está estructurado como un supermercado, pero muy particular. Solo tiene una unidad de cada producto.

La idea nació por iniciativa Robert McMath, un profesional experto en marketing que en los años sesenta comenzó a juntar productos nuevos que sirvieran de referencia para la creatividad y marketing de la época.  Con el tiempo se fue dando cuenta de que de todos los productos que salían al mercado, el 80 por ciento no eran bien aceptados por los consumidores y pasaban a la lista de productos discontinuados.

Fue así que siguió juntando y juntando a tal punto que tiene ya hoy constituido un verdadero museo de productos alimenticios y del hogar, que alguna vez supimos conocer y después distraídamente alguien dejó de colocarlos en las góndolas de los negocios.

Por ejemplo: Colgate Kitchen Entrees eran platos de alimentos preparados para ser vendidos en las góndolas de los supermercados. Después de comer una comida de Colgate podías limpiarte los dientes con la pasta dentífrica de la misma marca. Esa idea del año 1982 parece no haber sido aceptada por el mercado, que rechazó el producto alimenticio patrocinado por Colgate y no le permitió siquiera salir a la venta.

Los Mc Spaghetti. Aunque no lo creamos, los reyes de las hamburguesas pensaron que vender fideos podría ser una opción. Duraron lo que dura hacer un plato de fideos.

La compañía Bic, número uno en venta de bolígrafos y encendedores, probó con la ropa interior femenina descartable. Lo primero que el público femenino descartó fue la posibilidad de comprarle la ropa interior a Bic. Thirsty Dog también están presente en el Museo de los productos fracasados, es agua embotellada para mascotas. Hasta ahí pudo haber funcionado a no ser porque también se la encontraba saborizada. Entre los gustos se podía elegir sabores de carne y pescado.

Cosmopolitan, revista femenina internacionalmente conocida, hizo su intento en el mundo de la gastronomía al ofrecer a su público Cosmopolitan yogur, en distintas versiones del lácteo saborizado. A los cinco meses ya no estaban en las góndolas, y no precisa- mente porque las mujeres hubieran arrasado con toda la producción.

La compañía Redux Beverages supo lanzar al mercado una bebida energética a la que bautizó Cocaine (en los países de lengua hispana fue Cocaína). Y como si fuera poca la provocación, su eslogan de venta fue “Cocaína, la alternativa legal”. Fueron denunciados por incitación al consumo de drogas, tuvieron que sacar la bebida del mercado y rebautizarla. Una de esas botellas está presente en el Museo de los productos fracasados.

Cabe destacar que la lista es muy larga, el museo no está abierto al público y su existencia tiene como objetivo servir como material de estudio y de inspiración. Sobre todo, al universo del marketing, que puede consultar para analizar qué elementos fueron los que fallaron en cada caso, si el sabor, la presentación o el nombre. O todo y en ese orden.

Si bien el Museo de los productos fracasados no vende ninguno de los productos que tiene en exposición, está estructurado como un supermercado, pero muy particular. Solo tiene una unidad de cada producto.

El Museo del fracaso

El Museum of Failure es otro museo de productos fracasados, o que no han servido para nada, que se encuentra en Suecia. Y este sí está abierto al público. En este caso, el creador y director es el investigador Samuel West, un norteamericano que vive en Suecia desde muy pequeño y que decidió comprar por inter- net cada uno de los productos caídos en desgracia para exponerlos en un museo para ser vistos por cualquier turista que llegara a la hermosa ciudad de Helsingborg.

Entre los elementos expuestos, se encuentra una máscara que da impulsos eléctricos para embellecer a quien se la coloque, que en su momento fue pro- mocionada por la actriz estadounidense Linda Evans. También una bicicleta que fue tan inestable en el mercado como la posibilidad de sentarse en equilibrio sobre ella. Y también una máquina que solo servía para tuitear, pero que no permitía leer completos los 140 caracteres de un posteo. El museo es hoy por hoy una de esas atracciones turísticas que vale la pena visitar.

Nonseum

Es un museo abierto al público en el que se pue- den ver todo tipo de inventos que no encontraron su utilidad pero que sí estuvieron alguna vez a la venta.  Este espacio cultural se encuentra en la aldea Herrbaumgarten, en Baja Austria, donde no solo hay productos que fracasaron en el mercado, sino que también hay lugar para otros que fueron ridículos, de gran extrañeza y hasta muy divertidos por su inutilidad.
Son más de mil los objetos que están en exposición.

Fue abierto en 1983 por Fritz Fall y Friedl Umscheid, dos personas aficionadas a los inventos raros y curiosos. Según los dueños de esta iniciativa, la propuesta en este caso es recorrer las diferentes instancias de la creatividad humana y ver cómo detrás de todo lo que se expone, hubo alguna vez fantasía o esperanza de éxito.

También se busca que los visitantes puedan reflexionar y hacer su propia crítica a la sociedad de consumo, y exponer cómo el afán por vender productos todo el tiempo provoca que las compañías aprueben, lancen y promocionen cualquier cosa. Ni hablar de quienes las consumen.
Se pueden encontrar desde bolsas de dormir para murciélagos, cigarrillos con filtros en ambos extremos, protectores para tacones de zapatos de mujer, juegos de ajedrez realizados con copas de cristal, hasta trombones con miras telescópicas.

Estos podrán ser productos inútiles, pero me animo a asegurar que la creatividad de sus creadores, al menos, merece el premio de quedar en un museo, más no sea, de fracasos.
Hablemos.

Demian Sterman
@demiansterman en todas las redes.
www.demiansterman.com

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